—¿Crees que no te faltó ese conocimien- to estructurado que aporta la academia?
—¿La academia?
—Sí, para tu formación, decías: “Yo aprendo más yendo a los espectáculos”…
—A los libros, a la cercanía o a sentir mucho lo que implica una expresión artística y que se infiltre en tu sangre y te forme. Siempre he sido un poco obseso con esas experiencias, porque yo no concibo mi vida sin Federico Fellini al lado, porque vi una de sus películas cuando tenía catorce años, Las noches de Cabiria, e inclusive recuerdo a una tía que en una cena habló de esta película que era prohibida para menores de dieciocho años e impropia para señoritas, aquí en Guayaquil, entonces, dije, yo tengo que ir a ver esa película. Tenía catorce años y no sé cómo me metí, porque las pasaban siempre en el teatro Apolo, donde daban todas las películas francesas de relajo, así les decíamos en el colegio, y siempre había alguien en la taquilla que me dejaba entrar a matiné porque me hacía la pava del colegio, con dos o tres compañeros, nos metíamos a ver las películas prohibidas para menores de dieciocho años.
—Volviste a Guayaquil y te lanzaste a la televisión.
—La televisión, y la televisión con un alma mater que fue Ecuavisa, que confió en mí, en mis conocimientos. Me trajo de Nueva York y me soltó en una época en la que era el canal que desbrozaba el camino, que hacía cosas primero que los otros, y eso era porque Xavier, que era un periodista nato, me dio a mí, la otra parte, la del que él estaba afuera, pero donde él se metía también, absolutamente. Sabía de la telenovela tal y la otra, que esa no tenía rating, que la otra sí tenía, que no has visto la telenovela que está saliendo en Venezuela, para mí fue una experiencia increíble.
—El entretenimiento puede resultar muy político, tú decías antes de empezar la entrevista que hay cosas que están pasando en el país que no las vemos, y son las que ocurren en los espacios no institucionales, y el entretenimiento está muy conectado con lo cotidiano, ¿cómo manejarlo, hay mucha responsabilidad detrás?
—Para mí el entretenimiento no solo era la payasada y El Chavo del 8, para mí era también la parte cultural que yo veía en las calles de Guayaquil y lo poco que veía en los teatros; por eso, en el momento en el que salió (la obra teatral) Guayaquil superstar yo le caí encima y cuando llegó la oportunidad de sentarme con Tati Interllige (la productora) y diseñar algo con ella, porque ella fue la que trajo la semilla para trabajar con (el programa) Mis adorables entenados; entonces, comenzamos a desarrollar el concepto de una serie para televisión. El entretenimiento para mí, estando en televisión, era también ligar, no solamente lo que se compraba de afuera como entretenimiento, sino también lo nuestro, lo que había aquí y poder desarrollarlo.
—“Actuar es vivir con sinceridad en circunstancias imaginarias” es una frase que sintetiza el método Meisner, ese que ha impulsado el Estudio Paulsen de la fundación que tú presides, ¿nunca quisiste ser actor?
—Nunca. Nunca me interesó. Cuando estaba en Nueva York, habiendo escuelas de Cine, Teatro, nunca me metí. Con mi tío Alberto, que me presentaba a todos estos personajes, amigos de él, y oía sus conversaciones, me prestaban libretos de obras que se iban a hacer. Entonces, el asunto del teatro y de Meisner, y lo que él compartía conmigo como su aprendizaje, como yo no era de aprendizajes sino de gustos, no le paraba mucha bola. Mi primo Billy, que falleció hace pocos meses, el hijo del tío Alfredo Paulson, que era actor como el tío Alberto, estudió, también, en la escuela donde Meisner hizo su evangelio de la técnica, la Escuela de Teatro Neighborhood Playhouse de Nueva York. Yo iba allá a la presentaciones.
—Ahora impulsas la formación de actores.
—En el momento increíble en el que un chico, Marlon Pantaleón, que había llegado de Nueva York, me contó que él había estudiado en el Neighborhood Playhouse, que había estudiado la técnica Meisner y que había comenzado a dictar talleres aquí, en el Centro de Arte. Entonces, dije, cómo es posible que no se conozca eso aquí. Él comenzó de nuevo con este tema y yo lo ayudé un poco para traer profesores de Nueva York y desarrollar lo que el tío Alberto me dijo que fue su primer contacto con el aprendizaje actoral, que fue en el Neighborhood Playhouse con Sanford Meisner.
—Con tu esposa volviste de Nueva York y acá tuvieron hijos, ¿cómo ha sido esta parte de tu vida?
—47 años de casados (ríe) y seguimos vivitos. Es fuerte, tantas etapas. Me doy cuenta de que soy una persona tan apasionada con lo que hago que, por ejemplo, nunca me he considerado un buen padre, lo confieso, porque he tenido en mi cabeza tantas cosas. Ahora veo cómo se portan mis yernos con mis nietos, como yo nunca me porté con mis hijos, o sea, se dedican a los chicos. Una de las obsesiones que he tenido y me remite a Platero, porque esa fue parte de mi educación: para mí no es un libro de niños, sino sobre el niño que tiene que vivir dentro de nosotros siempre, que no se puede ir. Uno habla un poco de la inocencia, uno dice inocente porque esta persona no peca, o es ingenuo, está un poco como los ángeles, y no, es un estado de gracia, de advertir la vida. Eso hay que proteger, eso hay que cuidar, pero con fórmulas casi como la de los diez mandamientos, hay que proteger la niñez. No estoy hablando del abuso sexual, sino del estado general de un niño.
—Antes, la figura paterna solía ser ausente.
—Los papás tienen una tremenda responsabilidad. Por ejemplo, una de las novelas que también me marcó muchísimo es The Catcher in the Rye, de J. D. Salinger, El guardián entre el centeno. El narrador es un chico de dieciséis años y él imagina que hay unos niños jugando pelota cerca de un abismo y que él, esto tiene que ver con un poema del escocés Robert Burns, creo, es el guardián del centeno. Los niños están ahí jugando en el campo y él está cerca del abismo para que los niños no se caigan, ese es el tema del libro, eso es algo que la gente lee sobre el libro, y no advierte un poco que el conflicto medular es lo que este tipo está sintiendo, y es que este chico, a los dieciséis años, se da cuenta de que él ya no es así, que está perdiendo ese niño que lleva dentro, y tiene una hermanita de diez años que aún lo tiene, entonces él quiere estar cerca de ella.
—¿Conservas algo de tu niño?
—Bueno, yo quiero ser el guardián del centeno, ahora tengo cuatro nietos y me siento con ellos como no me sentaba con mis hijos, y pienso mucho en mi país, mu- cho, camino por las calles y veo a los venezolanos, las familias, la pobreza, que ya no la veo en los niveles como la veía antes. Lo terrible es que, de lo que te estoy hablando, con la generación mayor ya lo perdimos, pero esos niños que están ahí, ¿qué mundo van a tener?
—¿Qué hacer como comunicador?
—Trato de que en mi trabajo siempre haya algún elemento que te deje algo, que no sea un simple entretenimiento, que es algo que me desmotivó cuando dejé la televisión, que se perdió un poco la oportunidad de poder hacer esas cosas, sino que había que estar con el rating y ganarlo con el impacto popular y olvídate de poner algo que realmente le quede a la gente.
—Fellini ha sido fundamental para ti, ¿por qué?
—Todo comenzó con esa película maravillosa Las noches de Cabiria, porque tiene que ver con la existencia; es la vida de una prostituta que vive esta vida negra, oscura, horrible, pero siempre llena de sueños y de esperanzas, de escapar, de hacer una nueva vida, de avanzar, pero todo sale mal. Al final, se levanta. Sale a la carretera y de repente salen unos chicos en bicicleta, tocando guitarra y ella llorando con la cara demacrada, y uno de ellos le dice: buona sera, y esa música de Nino Rota… El asunto es esa condición de vida, de sonreír. El otro día, el papa decía que la sonrisa hay que ponerla, esa sonrisa no me interesa, lo que Fellini interpreta ahí es mucho más fuerte.
—¿Qué es?
—Ahí capté algo en el cine y en la dramaturgia que me ha servido toda la vida, y es que uno tiene que seguir avanzando frente a lo que venga, estar preparado a todo, y lo que dicen los gringos: The show must go on. Hay que seguir. Recibí eso a los catorce años, se me quedó y me ayudó para seguir viendo y descubriendo.
—A veces se sigue adelante, pero adap- tándose, tal vez, por comodidad, ¿también es posible ver las cosas como Fellini?
—No tanto como él, sino que una obra artística, la auténtica, te tiene que llegar no solamente al intelecto. A mí me gusta sentirla en la sangre. O sea, lo que es muy intelectual puede ser algo que no entienda, pero que me llega, el arte tiene ese misterio que de repente tú te preguntas: ¿pero por qué?, ¿por qué lo siento? Me ha pasado con escritores, pintores, pero nunca trato de entender exactamente. La vida no se puede entender.
Fuente: Mundo Diners
Puedes conocer más sobre Carlos y Estudio Paulsen planes solteros en san pedro del pinatar